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Adiós a las ciudades y otros poemas fue su primer libro, en el que suma sus sentimientos y emociones cuando debe partir a Francia para seguir sus estudios, y Paraná, París, Assis, Bahía, aparecen en una sucesión de sensaciones unidas por la naturaleza, por la consideración de las pequeñas cosas que nos rodean. Profundamente visual en su lenguaje recuerdo ese artículo en El Diario donde evoca los toros alados de Nínive que parecen surgir del fondo brumoso de la historia para interpelarla. Hay poesía cuando escribe y hay puertas que se abren cuando pinta a la imaginación.

Y siguen otros poemas en donde recuerda la partida de su padre, el primer hijo en camino, un homenaje a su madre, la formidable Celia Ortíz Arigós, en un lenguaje que recuerda su informalismo en el arte y esa precisión para construir con partes un todo convocante y atrapante. Recuerdo a Gloria y su elegancia personal, esa que la hacía el centro cuando entraba en alguna muestra, en un salón. Gloria la de las mujeres con miradas perdidas en vuelo de pájaros que emigran para siempre, Gloria la de los hombres agazapados de tiempos difíciles, la de los soles de América, la de la gestualidad casi oriental de blanco sobre blanco y el deslizar del rojo acentuando el vacío, la de los soles negros cuando los tiempos anunciaban partidas. Y Gloria de los cuentos, como aquellos de Historias Traspapeladas de 1988, la de la poesía, y el lenguaje siempre visual de verde, estrellas, nubes y luna sobre el río al lado del que eligió vivir y acompañarnos con su arte y su palabra. 

Sin duda reeditar Adiós a las ciudades es traernos de vuelta a Gloria, y la magnificencia de nuestro río, de nuestro cielo y nuestros verdes que evocó en sus poemas. Todo un acierto.           


Marcelo Olmos

Adiós a las ciudades y otros poemas - Gloria Montoya

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Adiós a las ciudades y otros poemas fue su primer libro, en el que suma sus sentimientos y emociones cuando debe partir a Francia para seguir sus estudios, y Paraná, París, Assis, Bahía, aparecen en una sucesión de sensaciones unidas por la naturaleza, por la consideración de las pequeñas cosas que nos rodean. Profundamente visual en su lenguaje recuerdo ese artículo en El Diario donde evoca los toros alados de Nínive que parecen surgir del fondo brumoso de la historia para interpelarla. Hay poesía cuando escribe y hay puertas que se abren cuando pinta a la imaginación.

Y siguen otros poemas en donde recuerda la partida de su padre, el primer hijo en camino, un homenaje a su madre, la formidable Celia Ortíz Arigós, en un lenguaje que recuerda su informalismo en el arte y esa precisión para construir con partes un todo convocante y atrapante. Recuerdo a Gloria y su elegancia personal, esa que la hacía el centro cuando entraba en alguna muestra, en un salón. Gloria la de las mujeres con miradas perdidas en vuelo de pájaros que emigran para siempre, Gloria la de los hombres agazapados de tiempos difíciles, la de los soles de América, la de la gestualidad casi oriental de blanco sobre blanco y el deslizar del rojo acentuando el vacío, la de los soles negros cuando los tiempos anunciaban partidas. Y Gloria de los cuentos, como aquellos de Historias Traspapeladas de 1988, la de la poesía, y el lenguaje siempre visual de verde, estrellas, nubes y luna sobre el río al lado del que eligió vivir y acompañarnos con su arte y su palabra. 

Sin duda reeditar Adiós a las ciudades es traernos de vuelta a Gloria, y la magnificencia de nuestro río, de nuestro cielo y nuestros verdes que evocó en sus poemas. Todo un acierto.           


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