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Antes hubo, antes siempre hubo, un momento tomado por el deseo, por el paciente trabajo del deseo. “Tantas noches hilvanando estrellas / tantos días recortando soles”, los versos de Gloria Montoya de los que tomamos este título, parecen hablarnos de días y noches que procuran ser atravesados por la repetida manufactura de nuestros cuerpos. Como si tiempo y territorio no se bastaran a sí mismos y necesitaran la evanescente sutura de nuestros ojos.
¿Para qué habremos recortado tantos soles? ¿Para qué habremos hilvanado tantas estrellas? ¿Habremos tenido miedo de perderlos? ¿Habremos necesitado comprobar de qué estaban hechos? ¿Nos habremos tentado con la osadía, el perfume, la perdición? Texto a texto, noche a noche, la tarea parece constantemente inacabada. Incluso en esta selección que mezcla dentro suyo voces del medio siglo pasado con las de los últimos años de nuestras vidas, vocablos, preocupaciones y tonos parecen reescribirse en su distancia y diferencia. La insistencia del cuerpo vuelto sombra, paisaje, ofrenda, descubrimiento. La contemplación desasida de todo propósito, la búsqueda a tientas. “Broté de río enamorado”. “A la noche escucho aleluyas y veo tules al viento”. “El hilo brillante que fingen las luciérnagas”. “Rocío musical”. “Viento mojado”. “Amanece y las veo bailar”. “Sueño que llego”. “Convertidas en gotas celestes”. “Plexo solar”. “Evoco ese campo flotante”. “Nácar el alba y el arroyo”. “Otro milagro”. Todavía cuando no tengan siempre finales felices, cortesanos atareados los textos poéticos se detienen a remendar todo trozo de belleza que asemeje una modesta fiesta, una estrella, una lámpara, la más bendecida luz de una notificación sobre la pantalla.
Kevin Jones. Diciembre 2025
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Antes hubo, antes siempre hubo, un momento tomado por el deseo, por el paciente trabajo del deseo. “Tantas noches hilvanando estrellas / tantos días recortando soles”, los versos de Gloria Montoya de los que tomamos este título, parecen hablarnos de días y noches que procuran ser atravesados por la repetida manufactura de nuestros cuerpos. Como si tiempo y territorio no se bastaran a sí mismos y necesitaran la evanescente sutura de nuestros ojos.
¿Para qué habremos recortado tantos soles? ¿Para qué habremos hilvanado tantas estrellas? ¿Habremos tenido miedo de perderlos? ¿Habremos necesitado comprobar de qué estaban hechos? ¿Nos habremos tentado con la osadía, el perfume, la perdición? Texto a texto, noche a noche, la tarea parece constantemente inacabada. Incluso en esta selección que mezcla dentro suyo voces del medio siglo pasado con las de los últimos años de nuestras vidas, vocablos, preocupaciones y tonos parecen reescribirse en su distancia y diferencia. La insistencia del cuerpo vuelto sombra, paisaje, ofrenda, descubrimiento. La contemplación desasida de todo propósito, la búsqueda a tientas. “Broté de río enamorado”. “A la noche escucho aleluyas y veo tules al viento”. “El hilo brillante que fingen las luciérnagas”. “Rocío musical”. “Viento mojado”. “Amanece y las veo bailar”. “Sueño que llego”. “Convertidas en gotas celestes”. “Plexo solar”. “Evoco ese campo flotante”. “Nácar el alba y el arroyo”. “Otro milagro”. Todavía cuando no tengan siempre finales felices, cortesanos atareados los textos poéticos se detienen a remendar todo trozo de belleza que asemeje una modesta fiesta, una estrella, una lámpara, la más bendecida luz de una notificación sobre la pantalla.
Kevin Jones. Diciembre 2025